sábado, 28 de agosto de 2010

Saul Antonio Corona (Chule)

EL DESEADO

de Eliézer Corona, el El Viernes, 27 de agosto de 2010 a las 12:54

El nombre Saúl es de origen hebreo y significa “deseado” o “pedido a Dios”. El sentido humanitario como condición que le impone su sensibilidad para poder conseguir su regeneración personal, es la esencia de la personalidad de los que llevan este nombre. También se dice de los nombrados así que convencen a los demás y realizan lo que se proponen gracias a su gran fuerza de voluntad. Que los que le rodean pueden ver cortada su libertad debido a su brusca impulsividad y que saben influir en su entorno social a través de ideas cargadas de sentimientos humanitarios.

Ignoro si Güelo y Güela sabrían todo esto acerca del nombre que escogieron para este hijo engendrado aquel friolento diciembre del año cuarenta pero, lo cierto es que, para los que tuvimos la dicha de conocer este gran personaje de la familia, creo que ese hombre se parecía bastante a esas descripciones que inician la nota.

Saúl Antonio Corona García nació el veintiséis de agosto de 1.941 en Aroa, en tiempos de bonanza y prosperidad agrícola de su padre cultivando plátanos en sus modestas posesiones, en las fértiles vegas del gran Río Aroa: El 6, el 7 y el 8 (se refería a los Km de la carretera en donde estaban esos sitios), donde labraba la tierra el viejo evangélico proveniente de El Bariquí. Eran los tiempos en que Laureano Petit lideraba a los corianos como tercer y último gran caudillo de los emigrantes falconianos, de acuerdo a la teoría sostenida por Elías Corona al respecto. Antes de Laureano lo había sido Miguelito Jiménez (segundo caudillo) y antes de él Ramón Jiménez como primer líder popular a quien los corianos seguían y obedecían como a uno solo hombre. Fue durante la gestión de Miguelito Jiménez por cierto, que los corianos fueron dotados de tierras buenas en las vegas del río Aroa produciéndose el abandono progresivo de las haciendas cafetaleras en lo alto de la serranía de Aroa.

Creció Chule (no mucho, por cierto) allí en Aroa hasta que en 1.950, la familia fue a establecerse definitivamente en Carabobo, el pueblo recién descubierto y fundado por su padre, su hermano mayor Juan Bautista, su otro hermano mayor Elías y sus primos hermanos Ernesto, Laureano, José del Carmen “Checame” y Benedicto Petit Corona (hijos de su Tía Chica), junto a otros allegados aroeños y bariquiseros.

Allí en Carabobo se estiró todo lo que iba a crecer hasta los veinte años llegando a cursar estudios en instituciones de San Felipe, algo poco común en la juventud de aquella aldea incipiente. Esta condición de estudiante le había permitido tener acceso a fuentes de información variada y nutrida en diversas áreas del conocimiento: filosofía, política, literatura e historia. En esos corredores de letras impresas conoció a Guaicaipuro y a Josefa Camejo, a Andresote y José Leonardo, a Miranda y su “Leander”, a Gual y a España, a los catires Paéz y Boves, al Negro Primero, al inmenso y grande Simón José Antonio y al Abel de Colombia, Antonio José de Sucre. Supo de la Toma de una Bastilla por allá por la tierra de los “Mesié” y de una Revolución de unos tales Bolcheviques en una geografía, más allá, lejana y fría. Devorando libros se encontró con uno amarillento, con un viejo espelucao en la portada, con nombres de libro y autor muy cortos: El Capital, Carlos Marx, y se leyó uno a uno los discursos pronunciados por un hombrecito ruso, mas o menos de su estatura, llamado Wladimir Ilich Ulianov: Lenin, de quien por cierto tomó prestado el ultimo nombre para bautizar veinte años más tarde, a su único hijo varón.

En 1.961 ya maduro intelectualmente, preñado de sueños e ideales libertarios, con el todavía fresco tropel de Fidel y sus barbudos bajando de la Sierra Maestra y entrando en La Habana, decide dar el trascendental paso de la teoría a la práctica, de la dialéctica a la praxis revolucionaria, enrolándose en una veintena de jóvenes yaracuyanos que se fueron a la montaña cercana de Cerro Azul, en busca da su propia Sierra Maestra.

Se llevó a su inseparable hermano Monche completando el grupo con su primo y entrañable amigo Demetrio y Erasmo, el hijo del primo Dieguito Acosta junto a otros compañeros de sueños. Todos, bajo el aliento tutelar del decano maestro de revolucionarios, Temporal López y bajo el contundente liderazgo y ejemplo de su también primo, Mario Petit Vásquez que se les había adelantado algo.

El 23 de marzo de 1.962 en la mañana, conformando una de aquellas brigadas en las que habían sido divididos los combatientes guerrilleros del campamento y, haciendo un recorrido de maniobras de ejercicio en los alrededores del lugar, se paralizaron todos aquellos campesinos en traje de campaña, viéndose las caras al escuchar un estruendoso traqueteo de rifles y metralla provenientes del campamento que acababan de dejar. Mudos y estremecidos por el sorpresivo acontecimiento, se replegaron ocultándose alertas a un inminente ataque esperado hacia ellos. Tras unos instantes de intensa expectativa, se reagrupan y deciden según las instrucciones impartidas en el entrenamiento previo, enviar a uno de ellos y cubriéndolo el resto, hacia el sitio del campamento que acababan de abandonar.

El escogido fue Nelson Ranspersad, un caraqueño que se encontraron allí en la montaña sagrada, en donde convergieron guerrilleros venidos de diferentes partes del país por encontrarse allí establecido un campo de entrenamiento subversivo que Camunare Rojo, en tierras larenses. Al llegar al campamento en extremo sigilo, el delegado de la brigada escudriño con la mirada de palmo a palmo el lugar impregnado de la densidad opresiva de la muerte… Sobre la capa vegetal de aquella selva florida, yacía el cuerpo sin vida de Mario atravesado en la mitad de su cuerpo por un certero disparo de FAL sobre una mancha de sangre del mismo color que la tercera franja de nuestra bandera. Regresó a la presencia de la brigada y tras un breve lapso de espera en franca desesperación por no poder emitir, pudo finalmente coordinar una desgarradora y definitiva sentencia:

«Cayó Mario! »

Al regresar sin peligro al campamento, la brigada rodeó el cuerpo horizontalizado y tras un solemne y doloroso silencio de promesas de continuidad de lucha al bravo líder caído, cubrieron su cuerpo con hojarasca entre dos árboles para ocultarlo ante posible regreso de los perros serviles.

Tras el desmantelamiento de los campamentos guerrilleros por la terrible escalada militar del “gobierno democrático” producto de “elecciones libres”, el grupo de sobrevivientes de Cerro Azul sufrió una cacería implacable por parte de esos “gobiernos democráticos representativos”. Tras ser detectados en una alcabala por una nerviosa decisión del Flaco Vásquez por un armamento que le encontraron. Chule y Monche, partidarios de la retirada a las montañas cercanas abriendo fuego a discreción contra el puesto de control militar, en abierta contradicción al nervioso camarada Vásquez, fueron detenidos y enviados a Puerto Cabello, a la Base Naval.

Eran esos días vísperas del Alzamiento Militar de Puerto Cabello conocido como El Porteñazo.

En el fragor de la sublevación militar se incorporan al alzamiento todos los civiles detenidos los cuales son puestos en libertad y armados para la lucha.

Sofocada la asonada, Chule es enviado con Monche y muchos otros a la Penitenciaría más moderna para la época, especialmente mandada a construir por el “padre de la democracia representativa”, Rómulo Betancourt, quien contrató a un constructor alemán para que le hiciera una cárcel a imagen y semejanza de un campo de concentración Nazi, en la mayor isla del Lago de Los Tacariguas: La Isla del Burro.

La tenebrosa isla sirvió de albergue a Chule, Monche y unos centenares de combatientes revolucionarios por más de cuatro años. Fueron años de forja, de horno, de temple en el proceso de formación del revolucionario genuino. Allí conocieron y se hicieron amistades férreas entre camaradas de sueños y de lucha revolucionaria. Destacan los nombres de Clodosvaldo Russian, Fernando Sago entre muchos otros, las amistades de Chule indisolubles en el tiempo que nacieron en la isla.

En 1.967, Chule y Monche reciben la gracia de confinamiento para completar el pago de la pena confinado a La Guaira estableciéndose en Caracas y Chule fue confinado a la isla de Margarita. Los peores años de su vida fueron estos de Chule pasando hambre y el trabajo parejo en una región tan lejana, y otra isla por cierto. El único aliciente: la libertad y su concepción ideológica, su posición ante la vida.

A finales de los años setenta ya Chule ha “alcanzado el punto” en el proceso de formación intelectual tras haber cubierto el ciclo: Teoría-Práctica, dialéctica-praxis. Funde sus experiencias sociales en su adolescencia campesina en Carabobo, sus años en los enaltecedores calabozos de la Isla del Burro y los primeros años en libertad, y decide verter toda esta rica y extensa formación en lo social.

Reencontrado en Caracas con su primo y hermano de crianza Demetrio, emprenden la temeraria aventura de llevar a la práctica los valores fundamentales del cooperativismo, convirtiéndose en dos de los fundadores, pregoneros y practicantes de este movimiento en Venezuela.

En este arduo trabajo social de calle, codo a codo con el pueblo, transcurre la década de los setenta hasta que decide incurrir en el comercio. Un poco como Monche, Chule decide, precisamente reunido de nuevo con su hermano complementario, introducirse a las entrañas del monstruo mismo: el capitalismo. Incursiona en el comercio en el ramo de la carnicería comprando un frigorífico en sociedad con Monche y Wilmer, el hijo mayor de Chato y Arminda quien ya había incursionado en este negocio y conocía bastante la materia.

El establecimiento de Chule en Valencia marcaba su retorno a la vida con sus padres y cerca de hermanos, hermanas y sobrinos. Se trajo de Caracas a Maritza León a quien conoció en su intenso trajinar cooperativista en Caracas y a quien seleccionó como compañera para fundar una familia. De hecho, en esos días nació su primer hijo y varón a quien llamó Lenín. Más tarde le nacieron dos hijas hembras: Nieves y Dinger, para completar su descendencia.

Compró una parcela en el Barrio Bolívar donde construyó su casa, cerca de La Bocaína en donde también vivían sus hermanos Elías, Mingue, Juan y Ana.

Después de cumplir su ciclo de comerciante, decide incursionar en el sector transporte comprando con Monche una Buseta a su cuñado Manolo, esposo de Chila, y se asocian en una populosa línea de transporte colectivo en la zona sur de Valencia. Ellos mismos trabajan la unidad y no tardó Chule en hacerse de la presidencia de la línea revolucionando el funcionamiento de la misma.

En esos años ochenta, afloran en la familia aires integracionistas avivados por el entusiasta apoyo de Chule. Se rememoran tiempos pasados de aventuras expedicionarias en asiduas reuniones domingueras debajo de una mata de mango en la casa de Elías en La Bocaína. Acuden religiosamente a esas tertulias Laureano Petit, Chule y Maritza, Jesús Rodríguez (esposo de Silda la de Ana), Alejo Petit (hijo de Carmen Romero), Guillermo Vargas y su hija Gledys y su esposo Angel Crúz y, un buen día, se decide unánimemente despertar el dormido espíritu emprendedor de la familia. Nace ese día ASOINFA, el ensayo integracionista de la familia más ambicioso y revolucionario que se había concebido hasta la época. Después del proceso de maduración y pulido de la idea, se materializa en la figura de una Asociación Civil sin fines de lucro cuya primera junta directiva la encabezaría uno de sus padres y el más ferviente promotor y defensor: Chule.

Comenzando el año 1.991, en el mes de febrero, Chule sufre un primer infarto estando en una de sus casas, la Cooperativa Cecoarca, logrando llegar al Hospital manejando él mismo su carro. Tras una breve estadía hospitalaria y en vías de supuesta estabilidad, arremete de nuevo la canalla y con un segundo zarpazo, esta vez letal, nos arranca a este hombre de baja estatura física, pero un gigante en lo que a personalidad humana se refiere. Fue el dieciséis de marzo de aquel año, el día desde el cual mascullamos el dolor por tus diecinueve años ya de ausencia física, pero que compensamos y, con creces, con tus sesenta y nueve años de presencia imperecedera entre nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario